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domingo, 22 de enero de 2012

Ballets Rusos de Diaghilev (1909-1929)




Una de las figuras que mas contribuyeron al esplendor cultural de París durante las primeras décadas del siglo XX fue el empresario ruso Serge Diaghilev (1872-1929).
En 1909 se trasladó a París y presentó la que sería su primera temporada con una compañía de ballet con primeras figuras del Teatro Imperial Ruso, por entonces dirigido por el coreógrafo Marius Petipa. El éxito fue total.
En 1911, con objeto de independizarse del Teatro Imperial Ruso, del que dependían sus artistas, formó su propia compañía, Los Ballets Rusos, que revolucionaron la estética coreográfica e iniciaron la era del ballet moderno.
En el periodo de mayo de 1916 a julio de 1918, obligados por imposibilidad de continuar en París debido a la I Guerra Mundial, la compañía se trasladó a España donde tuvo temporada estable en el Teatro Real de Madrid y el Teatro del Liceo de Barcelona, ocupando una parte importante de la temporada de los dos principales teatros del país.
Con Diaghilev el ballet se convirtió en un espectáculo completo : música, coreografía y escenografía se unían por primera vez.
Contó con un grupo de bailarines excepcionales : Nijinski, Pavlova, Karsavina, Ida Rubinstein, Serge Lifar....
La compañía creó un gran número de piezas : El pájaro de fuego (1910), Scherezade (1910), Petruskha (1911), El espectro de la rosa (1911), Preludio al atardecer de un fauno (1912)... De las aproximadamente sesenta obras creadas, mas de un tercio quedó en el repertorio de las grandes compañías mundiales. 
Con él la figura del primer bailarín y el cuerpo de baile cobraron la misma importancia que la primera bailarina. Se convirtieron en elemento esencial en la coreografía. 
Aquellos artistas que habían colaborado en la compañía contribuyeron al florecimiento del ballet en Europa y América. Ana Pavlova creo su propia compañía. Fokine trabajó con el futuro American Ballet. Massine colaboró con el Ballet Ruso de Montecarlo, compañía creada tras la muerte de Diaghilev en 1929. M. Rambert y N. de Valois colaboraron en la difusión del ballet en Gran Bretaña. La segunda creó la compañía que llegaría a ser el Royal Ballet. Balanchine fundó el Ballet Clásico de New York City, donde muchos bailarines dieron clase.
Colaboró con compositores como Igor Stravinski, Debussy, Prokofiev, Ravel o Falla, y pintores como Picasso, Braque, Sonia Delaunay que crearon para él escenografía y vestuario.





jueves, 6 de octubre de 2011

El Ballet Romántico

EL BALLET ROMÁNTICO




El Romanticismo en ballet nació en París en noviembre de 1831. Durante la representación de la ópera Robert le Diable de Meyerbeer, que incluía un ballet en el que los fantasmas de unas monjas salían de sus tumbas y bailaban Le valse infernale a la luz de la luna. La iluminación que simulaba la luz de la luna, inédita hasta entonces, tuvo tal éxito que el tenor Adolphe Nourrit, que cantaba el papel del conde Robert, escribió un ballet de ambiente sobrenatural, La sílfide, y se lo ofreció a Filippo Taglioni, el coreógrafo de Le valse infernale. Su hija, Maria Taglioni estrenó La sílfide el 12 de marzo de 1832. Fue el primer gran ballet romántico.
Pero el ballet romántico por excelencia es Giselle (1841). Representa los ideales del movimiento romántico: fantasía, clima legendario, misterio, redención por el amor, fatalidad, idealismo. La bailarina es el centro absoluto del ballet, pálida y etérea, encarnando la nostalgia y la melancolía, vestida con vaporosas muselinas y coronada de flores del campo. El bailarín quedó reducido a simple porteur (portador) poniendo de relieve la gracia y delicadeza de su pareja.


El ballet romántico también establece un nuevo concepto escénico: la estructura en dos actos, el primero realista, terrenal, alegre, lleno de luz, en el cual una aldeana siente la llamada del amor. El segundo acto, irreal y misterioso - ballet blanco - se desarrolla por lo general a la luz de la luna, en un bosque poblado de seres sobrenaturales, y en él la heroína simboliza el espíritu puro que su amado no puede alcanzar, el amor insatisfecho e inalcanzable que perdura más allá de la tumba.